Pero no, se fue reduciendo el reflejo del alma, el perfume de tú cuerpo, el perfume de tú pelo, se fue para no volver de las bóvedas intrigantes de las laberínticas espirales del corazón de un errante, como una saeta de fuego ardiente tragada por el océano, símil a una erupción volcánica rebobinada en cámara rápida, mitigando rápidamente el sangrado de la herida, cual cerdo o cabra degollada en pos de una fogata.
No era de extrañar que prontamente equivocara, el dejo de locura por una sensación de nada, por un movimiento imperceptible, por una mueca camuflada, un vacío opaco invisible, que todo se transformara en frivolidad, después del atentado del mi mismo, con balas del absurdo, con ilusión perpetua, con muerte certera en vida, enterrada, vomitiva... sazonada con fragancias de un hedor pútrido, a la mínima al corazón…
Disparos de nieve en el desierto.