Del amor y esas rarezas

Una mezcla de vino barato fermentado en un cuerpo putrefacto se entremezclaba en el aire... había vomito en las paredes, y las persianas de las ventanas estaban desechas... -Un huracán paso por aquí, pensé... y luego lo deseche, no por que fuese imposible, sino por que en mi puta vida he presenciado un huracán, y de repente uno usa frases de no sé donde, más trilladas donde-

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El panorama parecía poco habitual, medio agrio y rígido, me encontraba en la habitación del pánico... por que lo que estaba frente a mi, era un espejo; esa habitación, era Yo mismo.

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Me sumergí entonces en una tina de vomito, que aunque intenté lo contrario se coló por mi nariz dentro de mi, eran bocanadas de la sumatoria opresiva de lo que uno deja allí... un vomito de días, de meses, de años... y ahora dentro de mi.

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En ese estado de coma, como cuando uno se despierta de estar durmiendo bajo el sol un par de horas, sentía que caía en un sopor profundo, pero no podía dejarme caer así simplemente, lo intenté, pero solo habían fisuras, y no lograba agarrarme, estaba cada vez más cerca, y me sentía totalmente aterrado al saber, que me enfrentaría conmigo mismo... y no hay peor demonio que aquél, que tiene un séquito de fantasmas de la suma de pasados inconclusos, que aunque dormidos, no dejaban de ser hostiles...

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¿Que es esa rareza? ¿de donde provino todo eso? y ahora en la garganta del gusano me trago a mi mismo, y no se por que, los mismos laberintos que construí para defensa, en realidad me ahogan y me pudren, así como dios si estuviese, más de alguna de sus creaciones le defecaría encima y le repudiaría por cualquier error que cometió él mismo... olvidándose que cada uno es su propio dios, y que todo lo que acontece es por sumatoria de cosas, que preferimos, no recordar, y las enterramos... en lo más profundo de nosotros mismos.

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Caí entonces, ya frente al demonio, mi mayor miedo, el único miedo, todos los demás eran ilusión, para eludir, el mayor, el único, mi propio yo, el único que me podía desgarrar, o mandar al séquito de fantasmas a destrozar mi alma, todos, hoyos inconclusos en el paradigma de mi mismo. Y al final, entre tanto laberinto más de un destrozo, y el corazón poroso de tanto amarodiar y divagar entre la sonrisa del absurdo, y del recuerdo moribundo, resultaba ser la peor trampa mortal del Migo-Mismo... y toda esas rarezas absurdas tenían la misma raíz, el demonio, mi peor enemigo, el creador de laberintos y del absurdo mismo...

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YO MISMO.