septiembre 23, 2012

El túmulo

"Hubo tinieblas y desolación en la tierra por más de mil años"
Cerró el libro y se miró las manos, miró cada una de sus arrugas, de sus cicatrices ¿cuántas veces se mirará las manos? cerró los ojos y se imaginó un verde infinito y montañas en lo lejano, también recordó los bosques cercanos a su observatorio y un lejano recuerdo sabor a salitre, de aquellos lugares ya intangibles en medio de los recuerdos.

Prófugos de la desolación desolapada, los viajantes buscan a tiendas en la oscuridad, olvidándose que brillan por dentro, la Paráfrasis había terminado por agotarlo; la explicación de lo inexplicable y la teorización de lo lógico hacían en si mismo, a cada viajante de la tierra, un caminante errante de aquellos a quienes rehúsas la mirada cuando pasan.

Las miró imprecisa nuevamente, lo espontáneo suele transformarse en impulsivo. El suave incordio posesivo-destructivo hilvanaba la suavidad de las palabras que brotarían luego de los labios, que caerán como lágrimas de mercurio para terminar creando o perdiéndose en su radiactividad. Parecía que las manos le hablaban, y en ellas se veía a sí mismo, como un espejo de todo lo que se esconde en los recovecos de uno mismo, le mostraban su soberbia, le mostraban su actuación, y las repercusiones de actos que parecían haber nacido espontáneos, pero resultaban nacer del pecho, como un árbol creciendo, enraizado a un vórtice atemporal, donde se guardan recuerdos, secretos, dolores y palabras, ahí donde es el cementerio de las memorias, y ahí mismo donde nacen buenos pasares que terminan contaminándose, una raíz nutriéndose de brea negra, incapaz de florecer.

Tan prontamente como vio su reflejo quiso escapar, pero las manos le sujetaron la cabeza, tratando de zafarse desesperado comenzó a ser jalado a una trémula oscuridad, cayó así en un letargo, y tras abrir los ojos se encontró en una casi total oscuridad, no podía verse las manos ya, pero no sabía donde estaba, la caída lo había llevado entonces a una especie de túnel, pues habían sonidos a lo lejos, las paredes parecían contraerse y retraerse, como un palpito incesante, las sensaciones y los aromas aumentaban, al principio parecía canela dulce y ahora era como un café amargo y sódico combinado con azufre, todo parte de una sinestesia retrosférica, no se sacaba de la cabeza la idea de que se había muerto, pero luego recordó: "la muerte es una dama sutil que no necesariamente mata" y su mente recitó esas palabras como una segunda voz.

Paso a paso el camino dio paso al centro de aquella sinestesia, dulce y amarga, un túmulo de raíces negras abrazaban una masa móvil que daba una siniestra atracción,  como si el pecho fuera empujado hacia adelante, queriendo abrazarla a la fuerza, sensación símil a las manos abrazando su cabeza, llevándolo a las tinieblas.

El túmulo, no era más que una compleja red de raíces que se unían, no parecía ser otra cosa que eso, pero encerraban algo más profundo, el túmulo estaba en el centro del pecho, donde debía estar el corazón, pero no había, no había centro integrador, sólo una maraña de raíces trémulas y gruesas, de colores obscuros y rodeadas de algas y parásitos, cada raíz llevaba un aroma, una emoción, un recuerdo pero cero sentimientos, como si fuese cada una una máscara tras la cual se esconde un actor. 
En cuenta regresiva, se percató de esto, el inconsciente lloraba a gritos, y quería salir, el insconsciente, más activo y sabio que el resto de las partes de su mente, le gritaba que se diera cuenta, que cada raíz conectaba con algo, el caminante siguió una raíz rojiza con aroma a chocolate, que le llevó a una choza de canela, la playa era de canela rodeada de una jungla de juncos verde oliváceos, la playa era la playa de un río, de un río grisaceo por el cual flotaban latas de cerveza y extraños renacuajos, el agua la surcaba un barco de madera de roble apolillado, y dentro tenía un libro, el viajante tembloroso, lo tomó, olía a flores secas y parecía estar hecho de piel. Abrió el libro y leyó: 
"Hubo tinieblas y desolación en la tierra por más de mil años"

septiembre 18, 2012

La caída del sol rojo

Vientos del oeste anunciaban su llegada, como las alas de un alvátros en vuelo, la sensualidad de las estrellas se esperaba, la amibivalencia de la luna a media noche, y el sonido del oceáno salvaje despidiendo a la oscuridad, para dar paso a aquél sol rojo que teñía todo de colores sangüineos, como si la marcha rutinaria del diario vivir fuese el corazón palpitante de la vida misma.

Habían barrido ya la hojarasca del otoño, el viento del oeste dio paso a la nebulosidad del invierno; en el fin del mundo la crudeza del invierno es toda una orquesta sinfónica.

Caían los atajos, se iban cerrando como pálpitos de pechos enraízados, sólo quedaba aquél trémulo camino, oscuro y rodeado de árboles, por el cual sólo se cola la luna pero noentrajamás el sol, pareciera que las hojas de los árboles se movieran para dar paso a una oscuridad pétrea pero no salvaje, a una tormenta de solsticio, como una lluvia de agujas, como el sonido de los violines que anuncian la muerte.

Así se iba hilando un telar de fastuosidad espontánea, nacía así, improvisadamente la sombra con ojos rojos, sombra invisible en la oscuridad y aún más en la luz, pero sus ojos eran los reflejos de la impulsividad tormentosa de todos los errantes; él era un pequeño gigante pero lo ignoraba, y enfrente de si veía una tormenta inconmensurable, que atañía a antigüos rituales  para no caer en la férula de su propio caos, caótica disociación de la sensación, la oscuridad atrayendo al miedo, al miedo a la tormenta, olvidando que incluso las montañas caen a los pies de ella cuando no existen los atajos, ataca por todos los flancos y la lluvia de agujas no es mera metáfora.

Sin embargo, la respuesta se hayaba precisamente dentro de si mismo, la razón de la tormenta y la sombra, a un nivel más profanamente profundo que lo meramente perceptible, la disrealidad como un contrafluído de la cotidianidad mal tomada.

Se acercaba como una marejada furiosa, una sola columna de agua y fuego y viento con lluvia cayendo a tal velocidad que cortaba la piel, así venía, la caída del sol rojo, en el preciso instante en que la tarde pasa a llamarse noche, en el que los paseantes dejan de mirar el atardecer, en el preciso momento en que se pierden las miradas en el ocaso del horizonte, ahí, precisamente, el encontró lo que estaba buscando, zafó sus ataduras y se dejó ser tormenta, y así la tormenta no llegó a el como a enfrentarlo, sino que lo abrazó y fueron una misma gran tormenta, furiosa y caótica como la pasión sanguínea, así la caída del sol rojo se volvió una tormenta, y aún hoy si miras entre los pistilos de la flor que es el iris de su ojo, verás la tormenta y no decifrarás que no es caótica hasta que te transformes también en tormenta.





Hay que expresar la libertad, de hacer lo que quieras, tal y como quieras, siempre que lo hagas con pasión.