septiembre 02, 2013

Último Aliento

Hubo una historia, brumosa como la niebla oceánica, intensa como una tormenta en el mar, y llena de terremotos que hacían de la construcción una odisea, posible porque se sustentaba en los sueños.

Curiosos los recuerdos, los hubo, los fueron, los recuerdos de palabras que se dicen y que se esfuman como cometas errantes en el universo frágil de la memoria. Habían risas y por supuesto, besos, pasión y guerra, como toda historia, había un antagonista que era el ego y protagonistas que lograban imposibles, como hacer desaparecer los obstáculos, eliminar monstruos marinos, de esos que se esconden en las tinieblas sub-acuáticas; pero lo cierto, es que los antagonistas de toda historia siempre tienen una relación profunda con los protagonistas.

Se resquebraja el sonido del eco, de lo que antes era una orquesta completa, se transforma en un eco profundo, la extensión de un silencio perdiéndose en la inmensidad donde antes solía haber música.
Tristeza de las paredes recordando ése sonido y un silencio artificial, como cuando de pronto todo sonido se extingue y los tímpanos quedan como campanas vibrando.

La perdida del eco, la bruma de los recuerdos, las espinas en la garganta por las palabras que se secan cuando no se dicen, todo abrumadoramente inútil ante la negativa producida por las repercusiones de antagonista. Oh sí, ciertamente el ego es el mayor antagonista, se hiere y surge el orgullo herido, deshonor de los incautos que caen en sus redes con facilidad, ensordecidos y cegados, hasta que se borra todo rastro, incluso la bruma, y como alguien con amnesia que mira sus cicatrices, no reconoce ni las causas, ni los efectos, aunque sus repercusiones sean tan evidentes como la ficción misma.

Curiosidad, quizá por naturaleza o medio de defensa, las mentiras se vuelven verdad y todo se construye por una visión tan personal como el ego mismo, la ceguera de quienes miran sólo con sus ojos, de la incapacidad de pensar en el otro como un océano igual de turbulento como el propio.

Dolores añejados, como un vino de guarda, sabores y aromas complejos, su esencia alcohólica no se siente, no se percibe la sensación de la cual deriva su nombre, notas y tonos complejos, como la luz que pasa a través de un prisma, refractando la escala cromática completa, donde los colores más extraordinarios son invisibles al ojo humano. Así, un trago despacio, se saborea lento mientras se bebe, calma la astringencia de garganta, destruyendo parcialmente las espinas, cae como cascada en las paredes silenciosas, que como maderos secos crujen y le absorben, tiñéndose de un color conocido.

Curioso como la madurez juega un rol primario en la textura de la fruta, cuando está verde, sufre irreparablemente los atavíos de machacarse, hermosas cicatrices, que sin embargo significan un cambio irremediable en la fruta, cuando la fruta está madura prevé la destrucción que significa la caída, se machaca contra el suelo, tiñéndolo con su sangre, fructosa de durazno sangrante, absorbida por la tierra en la que se estrella.

Entonces la ficción del maquillaje, decorar el rostro con sonrisas y la vida con ficciones conocidas, controlables, remediables, que producen efectos incluso mejores que la fructosa, la azúcar es superior, endulza el té, los te quiero y los te deseo, por que la fruta madura conoce de sabores. Pero así, el antagonista principal, digamos, el monstruo marino, surge de las profundidades donde no pudo ser derrotado: el interior de los protagonistas, el ego, las paredes del silencio, las emociones reprimidas por una emoción mayor; la sed de nuevos horizontes. Se cierra el libro y se pone en un estante, se acaricia el lomo de éste como recordando algo, o más bien la noción de algo, luego termina en una caja, y se pierde como polvo en el viento. Cuando cae se diluye, mientras que se estremece la piel por la noción de algo, que como las leyendas que luego se vuelven mitos, se transforman hasta perder su sentido, entonces la responsabilidad no es compartida, se apunta al culpable y se le traiciona con el exilio. hasta que su nombre es borrado de la faz de la tierra y éste aprende, vaya a saber uno cómo, a volverse partícula de atmósfera, cristal de vidrio roto que se pierde en las arenas de una plata.

El Antagonista más peligroso termina siendo uno mismo, la extensión de tu silencio se vuelve literatura, antes de perderse en el viento, uno sabe cuando se está listo para volverse tormenta una vez más y vaciarse entero como lluvia sobre el océano, entonces uno es parte de un ciclo y deja de mantenerse en un supuesto, en la espera del relleno del abrazo hueco, la mano se cierra o se guarda en el bolsillo, la sonrisa se extiende como una declaración de armonía, no hay espacios para antagonistas, tampoco hay protagonista, la historia pasa a ser una sensación feliz, como un anciano recordando sus travesuras de niño, se abandonan cosas innecesarias, no hay necesidad de defensas de ningún tipo, no hay necesidades de creencias ilusorias, sólo el establecimiento firme de una declaración interna, una auténtica catarsis, querida.

Gracias 

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