junio 29, 2012

Pulso

Que delirio al sentir el oceáno furioso al chocar contra las rocas, sentarme y dibujar un perfil de las olas, beberlas en gritos ahogados, sentirme acalorado cuando hace frío y el corazón late más fuerte, con más ganas; dame más mar, decía... déjame hundirme, sumergirme, hasta ese punto en donde aunque hayan tormentas no hay sonidos ni turbulencias, ése lugar donde puedo soñar, donde puedo verme a mí mismo sin la necesidad de pasar; por las capas y capas de nudos que el tiempo y las yagas han hecho crear.

Déjame dormir en tu pecho marino, en el fondo del ancho mar, déjame perseguir mis delirios, mis vagas esperanzas al transformar las palabras, al interpretarlas y recordar; deja que el recuerdo no sea el demonio vagabundo que merodea en la espera y el deseo, déjame hundirme en tu pecho de mar y no ser más, nunca más, sólo el vago recuerdo de un hombre.

Déjame ser niño, un espíritu de mar, salvaje e indomable, déjame ser más, que si el recuerdo se presente sea como un viejo amigo al que abrazas y lloras, porque no habrá pasado sólo el ancho e indómito mar. Me regocijaré con sus ondas, con sus silencios, con el camino que deja la luna al pasar, como el perfume embriagador de cuando se va la lluvia y deja paso al sol.

Y una parte profunda en el pecho recuerda que detrás de todo siempre hay un velo de sombras, que son nuestros propios miedos y prejuicios.

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Hay que expresar la libertad, de hacer lo que quieras, tal y como quieras, siempre que lo hagas con pasión.