octubre 28, 2012

negro y amargo por favor

se sirvió un expreso, negro y amargo, cargado y espeso, brotó de la cafetera italiana antiquísima. lo sorbetió como como a mordiscos con la lengua, como quien anda con la auténtica desgana.

ojeó el antiquísimo libro, que parecía despedazarse en cualquier minuto, que por el hecho de mirar esas hojas vistas -quizá- por tantos, siendo indigno (como se sentía) y estando desganado (y lo estaba) tal vez sucintaría el suicidio de cada hoja, cuando extrañamente se derramaría el café y formaría un océano de palabras en la mesa, y las letras escaparían de sus hojas, la tinta como la sangre teñiría el piso de negro, el café propiciaría todo esto, y las maderas absorberían la tinta, que antes siendo palabras eran nociones, las maderas temblarían y harían verter más café sobre los libros del librero, del cual escaparían ahora las palabras no por la mirada de un indigno, sino ante la llamada desesperada de la madera, que antes, siendo árbol también pudo ser hojas, hojas que deseó no fueran horror de periodistas, sino poemas iracundos y poesía filosófica. las palabras escaparon de los libros, y en tinta chorrearon al piso; la madera se empezó a teñir de negro, y empezaron a temblar las paredes, el taca taca de los zapatos corriendo, los sombreros y abrigos tiñéndose de negro, el horror de los ancianos y el estupor de los adultos así como la incredulidad de los jóvenes, de ver la cafetería ennegrecerse, de ver a las maderas moverse y cobrar vida. la cafeína propiciando rapidez a las palabras absorbidas por las cosas, que pronto despertarían, se rebelarían.

cerró el libro y miró la tapa, las letras vibraban y querían saltar, asustado, miró a su al rededor, se puso el sombrero y salió de prisa, la taza de café amargo y frío se tambaleó en la mesa



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